Hicimos un viaje de quince kilómetros en tres horas. Eso es lento, y además, por donde hicimos el viaje era un poco peligroso, la carretera en mal estado, oscuro porque lo hicimos en la noche, y desolado. Ver a una persona era un alivio. La aventura fue tratando de redimir el tiempo. Veníamos de la Provincia de Limón, y cuando llegamos a un pueblo llamado Siquirres, decidimos, por el consejo de un amigo, tomar una ruta alternativa, que en teoría nos haría llegar más rápido a nuestras casas, y según estimamos estaríamos llegando a las 8 de la noche, pero llegamos a las 11 de la noche.

Seguro que si fuera de día hubiéramos disfrutado de una exuberante naturaleza, porque en algunos trechos del camino, prácticamente era selva madre, pero no vimos nada por ser ya de noche. Veníamos cinco vehículos, y unas veinte personas entre todos. Ahora, como mencioné, el trayecto de 15 kilómetros, que nos dijeron, se volvió toda una aventura de tres horas. ¿Qué pasó? Aún a una velocidad de 15 km por hora lo que nos tardaríamos sería una hora, pero tardamos tres horas, y en esas condiciones.
Lo que yo pienso es que simplemente en algún punto nos equivocamos, y en lugar de tomar a la derecha, tomamos a la izquierda, o viceversa, y eso nos complicó el regreso, nos complicó llegar a nuestro destino.
Esto me recordó un negocio donde reparaban relojes de pulsera. Había en San José centro una solo relojería llamada “X”, pero al tiempo, habían dos más llamadas de la misma manera. Cuando pregunté, para llevar mi reloj a reparar, si eran tan buenas como la original, me respondieron que idénticas. El caso era que los hijos del dueño habían abierto tiendas iguales. Ellos habían aprendido con su padre el oficio al estar con él en la tienda original. La forma en que habían aprendido era oyendo y viendo a su padre, intentando hacer lo mismo, y siendo corregidos por él cuando se equivocaban. Este sencillo proceso es la mejor manera de aprender. Se llama ser “mentoreados”.
Si nuestro amigo nos hubiera acompañado para ver como él haría el trayecto, y nos fuera corrigiendo cada vez que perdiéramos el rumbo, de seguro que habríamos llegado temprano, y además nos hubiéramos librado de cualquier tensión por el hecho de no saber dónde estábamos, a dónde realmente llegaríamos, y cuándo llegaríamos.
Este proceso también se llamado por siglos “discipulado”. Y lo más valioso que puedas tener como uno de los recursos para el “trayecto de tu vida” es un mentor. Y esto se vuelve todavía de mayor estima si ese mentor es para tu vida espiritual. De seguro que necesitas uno. Si ya lo tienes, un líder espiritual, un pastor, que a la vez sigue las pisadas del más grande de todos los “mentores”, llegarás con seguridad a tu destino, y sin tantos golpes de los que pudiste librarte. Aprecia a tu mentor, porque tu mentor sabe a donde puedes llegar, y su mentorado no es para mal, es para bien.
Yo lamenté que nuestro “amigo” no viniera con nosotros, eso nos hubiera ayudado mucho. Pero creo que nadie de nosotros le insistimos para que nos acompañara, creímos que era muy fácil. Pero es que aun lo fácil, se puede convertir en difícil sin un buen mentorado. No menosprecies a tu mentor, a veces puedes tenerlo cerca y ya no requerir de sus servicios. Por supuesto, el mentor se da cuenta de que no le tomaste en cuenta, y parte de su mentorado es dejarte ir sin él, aunque luego aparecerá con sus correcciones para bien. Pero es mejor tomarle en cuenta, que como extra, fortaleces tu relación con él.
Moisés, el personaje bíblico, apreciaba tanto ese mentorado de Dios mismo, que una vez dio la impresión de desobedecerle, y cuando se le indicó una misión, él respondió que NO IRÍA, SI DIOS MISMO NO LE ACOMPAÑABA, que no aceptaría a otro compañero de camino, sólo a Él.
Aplica el principio del mentorado para tu trabajo, para tu liderazgo, para tu llamado espiritual, y para tu comunión con Dios.